En nuestra anterior entrada sobre las categorías gramaticales, explicamos que estas son los distintos elementos en que los lingüistas y demás estudiosos de la lengua han dado en clasificar las diferentes clases de palabras que utilizamos al expresarnos en un idioma.
Dentro de esta clasificación de las categorías gramaticales, el sustantivo o nombre es una de las cinco palabras variables, esto es, que presentan variación en género, número o desinencia verbal.
El sustantivo
En primer lugar, es preciso clarificar que de forma indistinta podemos llamarlo sustantivo o nombre. En ambos casos, nos estaremos refiriendo a la misma categoría gramatical. Con respecto a su denominación, si vamos al diccionario de la RAE, encontramos como primera acepción lo siguiente:
1. m. Palabra que designa o identifica seres animados o inanimados; p. ej., hombre, casa, virtud, Caracas.
Antes de entrar a explicar esta definición, me permito hacer una abstracción que nos ayude a entender a que tipo de palabras nos referimos cuando hablamos de los sustantivos.
De este modo, nos vamos a imaginar a los primeros seres humanos que empezaron a desarrollar la capacidad de hablar. A todo ese mundo que los envolvía tenían que empezar a darle un nombre.
Así, a aquella cosa la llamaron piedra, a esa otra le dieron el nombre de cielo, a esta el de gato, y así con tantos otros seres vivos o cosas inanimadas de las que nos habla la definición de la RAE.
¿Para qué sirve el sustantivo?
En consecuencia, las palabras que sirven para nombrar a las cosas o seres que nos rodean las llamamos nombres (o sustantivos).
Aunque claro, a medida que estos primeros homo loquens1 empezaron a desarrollar una mayor inteligencia, nuestro discurrir empezó a enriquecerse con palabras que no se referían a cosas del mundo en el que vivimos, sino que designan cosas que pertenecen al mundo de las ideas.
En efecto, cuando decidieron dar un nombre a eso que sentían cuando había una fiera merodeando, lo llamaron miedo, o aquello que les hacía sentir una atracción en su contemplación, lo llamaron belleza. Lo mismo con tantas otras cosas que formaban parte del pensamiento o los sentimientos.
Concretos o abstractos
Nuestro mundo, en consecuencia, se volvió más complejo. No solo teníamos las cosas que existían en el mundo natural, sino que creamos un mundo abstracto que desarrollamos en lo que llamamos ideas.
De esta forma, damos nombres a aquellas cosas que podemos percibir con cualquiera de nuestros sentidos2, es decir, los sustantivos o nombres concretos (piedra, madera, león, móvil, flor, aroma, música, caricia, etc.).
Y como hemos visto, también nombramos aquellos sentimientos o ideas de las que hablábamos antes, esto es, los sustantivos o nombres abstractos, que son aquellas cosas que no percibimos con los sentidos, sino que son perceptibles por nuestra inteligencia o los sentimientos (amor, bondad, inteligencia, filosofía, religión, etc.).
Comunes o propios
Asimismo, empezamos a nombrar cosas de forma genérica en función de algún rasgo que las agrupase en una misma clase, estamos hablando de los sustantivos o nombres comunes. Así, a esos animales que empezaron a hacernos compañía y a mostrarnos una inmensa fidelidad y amor, los llamamos perros.
Aunque claro, ese con el que nos encariñamos y empieza a ser parte de nuestra vida ya es más que un perro cualquiera, así que empezamos a darle un nombre que lo identifique, esto es, un nombre propio que lo caracterice y diferencie del resto.
Es por ello que a este perro (común) le damos, por ejemplo, el nombre de Toby (propio).
¿Sabías que los nombres propios no significan nada? Pincha aquí y te lo explicamos.
Contables o no contables, individuales o colectivos
Los estudiosos de la lengua se dieron cuenta de que entre los nombres comunes que designaban seres u objetos concretos se podía realizar otra clasificación.
Esto es, se diferenciaban entre los que permitían ser contados: un árbol, dos árboles, tres árboles…, y por tanto, son contables, y aquellos que no admitían una enumeración, como, por ejemplo, el agua, puesto que no podemos decir un agua, dos aguas, tres aguas…, en consecuencia, son incontables o no contables3.
Igualmente, de entre los nombres que son contables vieron que era posible añadir otra clasificación. En efecto, los nombres contables se pueden referir a seres animados o inanimados que denotan a un único ser, en este caso hablamos de nombres individuales: casa, gato, caricia, etc.
También pueden referir a seres que denotan a un conjunto de seres de la misma naturaleza, es decir, nombres colectivos, como rebaño, familia, regimiento, etc.
Con un esquema lo vamos a ver más claro:
En la segunda parte de nuestra entrada Las categorías gramaticales: el sustantivo o nombre, vamos a analizarlo en función del género y el número, así como de la función que cumple el nombre desde un punto de vista sintáctico.
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Notas en las categorías gramaticales: el sustantivo o nombre
1 Homo loquens: humano/hombre que habla, la principal característica que nos diferencia del resto de seres vivos es nuestra capacidad de hablar, de ahí que algunos estudiosos lo consideren el principal rasgo diferenciador de los seres humanos.
2 También son nombres concretos aquellos seres imaginarios que si bien no existen, como un unicornio o un dragón, en caso de que no perteneciesen al mundo de la fantasía, serían perceptibles por nuestros sentidos (los veríamos) y, en consecuencia, se clasifican como nombres concretos.
3 Son incontables, pero sí que se pueden medir, pesar o cuantificar; así, podemos decir un litro de agua, bastante agua, una botella de agua, etc.





