¿Quién de nosotros no ha tenido un mal día? Aunque hay malos días que se pasan sin más, y otros que se enquistan ahí dentro. Sí, ahí, ya sabes, donde duele. No te voy a descubrir nada que no hayas experimentado en tus entrañas…
Porque, qué peores días pueden haber que aquellos en los que el amor nos viene a visitar con su luz más tenue. Una mirada rota, un beso helado, recuerdos que te invaden sin haber sido invitados, o las dudas, siempre el quizás (como en la tarascada XXXVIII).
Cuanto peor si esa presencia se materializa acompañado de otra (o de otro). Allí donde tú reinabas; aunque, si bien es cierto que, fuiste tú quien abandonó el palacio, nunca te llegaste a imaginar como aquella malcasada de Luis Alberto de Cuenca.
Tal vez, solo es un mal día, uno más, sobre todo este, que solo es un relato vomitado, otra historia de las raras de Pepe Caballero. No te creas nada. Todo es ficción, todo es literatura. A ti nunca te va a pasar:
Un mal día
¡Vaya par de tetas más bien puestas que tenía la cabrona! —Tienes las tetas más bonitas del mundo… —Seguro que le dice lo mismo que me decía a mí. ¡Asqueroso! ¡Dios! Me va a estallar la cabeza.
Para una vez que salgo me lo tengo que encontrar. Claro, que, ¡Lucía!, cada vez que me acuerdo… ¡Será idiota! Toda la culpa es suya. No pudo estarse callada. ¡No!, le falto tiempo para decir: —¡Tía! ¡mira! Es Luís.
Si no la llego a detener se va directa a saludarlo. Menudo bote dio al verlo. Siempre estaba: —Qué guapo tu Luís, qué gracioso, qué bien me cae. —De buena gana se lo hubiera follado la muy zorra. Y yo, ahí, como si nada, lo vi y me hice la interesante:
—Míralo, si hasta se ha buscado una copia Hacendado de mí, ¡ja, ja, ja!
Pero del míralo, al poco pase al Bea no mires, Bea no mires. ¡Qué pollas! Mis ojos pasaban de mi cerebro, no sé como no me quede bizca de tanto voltear las pupilas intentado verlo sin que estas se diesen cuenta. Encima, cada vez que miraba y veía a la de los globazos venga reírse y a él con los ademanes de estar contando una de sus historietas, se me encogían las bragas como si fueran de esparto. ¡Qué sensación! ¡Qué sensación!
Operadas, seguro que eran operadas. Bea, ya, venga, para. Además, si no lo hubiese dejado yo, antes o después me habría abandonado él a mí, de eso estoy segura. Bueno, no sé, pero es que… ¡Joder! Era tan cabezón, tan…, tan…, siempre tan autosuficiente, tan sobrado. ¡Mierda!, parecía como si no me necesitara para nada, ni a mí ni a nadie. Y yo en cambio, idiota de mí, si hubiera tenido una varita mágica lo habría hecho diminuto para llevarlo conmigo a todas partes.
Me odia, sí, me odia. Nunca se hubiera esperado que lo dejara. No me va a perdonar jamás, como si no lo conociera. Nadie lo conoce mejor que yo. Ya quisiera esa, la tetas operadas.
Qué borracha me puse. Madre mía. ¡Qué vergüenza cuando vomite en el taxi! Menudo rebote el del taxista, aunque tampoco tenía motivos para ponerse así. Su coche no se manchó.
La primera bocanada, antes de que parase y vomitara en la acera, fue a parar al bolso de Lucía. Yo qué sé, lo primero que pille. Nuria se desternillaba de la risa: — ¡Ja, ja, ja! Qué fuerte eres Bea, !ja, ja, ja! ¡Qué loca estás!
Y Lucía, vaya cara de leprosa con asco me puso. —Tía, de verdad, lo siento. El lunes te compro uno igual, en serio, lo siento.
— No te molestes, —me dijo, —pero la próxima te vomitas tu puto bolso. —De esta se pasa un mes sin hablarme. No es para menos. Mañana, sin falta, le compro el bolso.
Hola cariño. No, por favor, no enciendas la luz. Mi cabeza no para de dar vueltas. Sí, bebí demasiado, hacía tanto que no nos juntábamos, que las copas se nos fueron de la mano. Fue muy divertido, pero ya no estoy acostumbrada ni tengo edad para estas salidas. Gracias, eres un cielo, aunque no veas la de chicas guapas que se ven (pero yo solo tenía ojos para una, sus tetas y sobre todo, su acompañante).
Que va, por cuatro o cinco chicos que merecían la pena, no te preocupes, no ligue nada de nada (para ligar estaba yo con la borrachera que llevaba). Sí, ellos se lo pierden (yo si que salí perdiendo, este cada vez más calvo y gordo, y Luís, Luís…). ¡Uf! Por favor, me traes una aspirina, no soporto este dolor. ¡Ay, gracias! Eres un sol.
Qué rápido se ha ido el tiempo. Mientras lo miraba a hurtadillas, tenía la sensación de que todo era como antes. Es como si él solo estuviese saludando a una compañera del trabajo y cuando terminase volvería conmigo, a mi lado. Fueron tantos los años, tanto los vivido. Y ahora es como si no quedara nada. Es como el eco apagado de un jardín de infancia en domingo, lleno de juegos y dibujos sin vida, de cuentos y diversiones olvidadas.
No te preocupes, no me pasa nada. Solo lloro porque me agobia este dolor. Con la aspirina me encontraré mejor. ¡Ven! Dame un abrazo. Te quiero. (Qué frágil es la vida, con nada se rompe y con ella nosotros). Enseguida me levanto. En cuanto me encuentre un poco mejor, ¿vale?
Carlos me trata tan bien, que yo, yo. No sé, no sé. ¿Por qué lo echo de menos? No hay día que no visite mi cabeza sin estar invitado. Igual debería de llamarlo. Sí, claro, qué fantástica idea: —Hola Luís, ¿cómo estás? Solo quería escuchar tu voz y decirte todo lo que te quiero y echo de menos. —Seré idiota, cómo lo voy a llamar, además para qué, para… ¡Mierda! ¡Que vomito!