La concepción del silencio se puede abordar desde diversos campos del conocimiento. De esta forma, podemos hablar del silencio no solo desde el punto de vista comunicativo, sino que también podemos hacerlo como un elemento físico o un concepto filosófico, entre otros.
Nosotros, para simplificar la cuestión, vamos a centrarnos en los conceptos que nos ofrece el Diccionario de la RAE acerca del silencio. Si buscamos “silencio” en el DRAE esto es lo que encontramos:
silencio.
(Del lat. silentĭum).
- m. Abstención de hablar.
- m. Falta de ruido. El silencio de los bosques, del claustro, de la noche.
- m. Falta u omisión de algo por escrito. El silencio de los historiadores contemporáneos. El silencio de la ley. Escríbeme cuanto antes, porque tan largo silencio me tiene con cuidado.
- m. Der. Pasividad de la Administración ante una petición o recurso a la que la ley da un significado estimatorio o desestimatorio.
- m. Mil. Toque militar que ordena el silencio a la tropa al final de la jornada.
- m. Mús. Pausa musical.
Recurso electrónico: http://lema.rae.es/drae/?val=silencio
Análisis de la concepción del silencio
Vamos a analizar las distintas entradas:
La primera entrada nos indica que el silencio es la abstención de hablar. De la misma podemos determinar que el silencio es un acto volitivo, es decir, supone una opción para el hablante en tanto que ausencia del acto de habla.
Desde el punto de vista comunicativo, el hecho de abstenerse de hablar es una acción comunicativa en sí. Si seguimos el llamado “modelo orquestal de la comunicación” de los investigadores americanos de Palo Alto[1] , en toda interacción comunicativa se produce un proceso múltiple que integra diversos modelos de comportamiento tales como el gesto, la mirada, la mímica, la proxémica y, por supuesto, el habla.
De esta forma, podemos afirmar que abstenerse a hablar implica un silencio verbal, pero no un silencio comunicativo.
Segunda acepción
La segunda entrada se refiere a la falta de ruido y la ejemplifica mediante el silencio de los bosques, del claustro, de la noche. Sobre esta acepción podemos indicar que la falta de ruido nunca será absoluta, puesto que la nada sonora no existe, está plagada de sonidos. En efecto, el silencio absoluto no existe.
En las pruebas realizadas por científicos mediante el empleo de cámaras anecoicas, donde se alcanza una absorción del ruido del 99,99%, se ha comprobado que el oído humano en su búsqueda constante de una fuente de sonido, ante la ausencia de estímulos externos, percibe los propios sonidos de su cuerpo, bien de los latidos de su corazón bien de su respiración.
Por consiguiente, mientras un ser humano esté presente (salvo cofosis extrema) no faltará percepción de ruido.
Tercera acepción
La tercera entrada habla de la falta u omisión de algo por escrito y nos remite al silencio de los historiadores o al silencio de la ley. Efectivamente, con la escritura se superó la limitación temporal del lenguaje natural entroncando la palabra con la memoria.
Tal y como dice el filósofo Emilio Lledó: «el lenguaje escrito ha sido el inmenso espacio cultural en que la existencia de los hombres ha podido ampliar la frontera de su efímera temporalidad con el descubrimiento de otra forma de tiempo: la mediata temporalidad de la memoria» (Lledó, 1992: 81).
En consecuencia, hasta la irrupción en el siglo XX de los medios de comunicación audiovisuales o internet, la palabra escrita ha servido de transmisora social y cultural de las generaciones anteriores a la actual de cada tiempo.
Si tenemos en cuenta que «el verdadero contexto de la escritura es el lector» (Lledo, 1992: 26), cada sociedad ha determinado o impuesto los valores y conocimientos que ha considerado adecuados a su tiempo y ha silenciado o penalizado aquellos que no eran válidos a su entender.
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Cuarta acepción
La cuarta acepción nos sirve para establecer la importancia comunicativa que tiene el silencio, toda vez que al mismo se le confiere un valor administrativo con efectos jurídicos. Es el silencio administrativo que más de uno habréis sufrido si se os ha ocurrido recurrir alguna sanción de tráfico o similar.
La quinta entrada, a menos que alguien quiera ponerse en posición de firmes, no aporta nada a este análisis, por lo que la silenciamos (shhhh).
La última y sexta entrada del diccionario en cuanto al silencio, si bien, afecta a la comunicación en tanto en cuanto entendemos la música como uno de los lenguajes más elevados de los que disponemos los seres humanos, implicaría realizar una o más entradas que tratarán de la música como elemento comunicativo, por lo que se escapa a nuestro propósito inicial.
Recapitulando
Como hemos podido comprobar, las distintas acepciones del Diccionario de la RAE respecto del silencio parecen estar incompletas o, peor aún, faltan a la realidad. En absoluto es así, doctores tiene la Iglesia y académicos y autoridades la Academia.
Cualquier concepto no deja de ser una abstracción de una realidad múltiple y como tal siempre pecará de exigua o de generalista, pero, no obstante, nos resultan imprescindibles para aprehender lo que nos rodea.
El silencio excede a los distintos conceptos que hemos visto, por lo que resulta preciso profundizar en las características del lenguaje humano y en los diferentes procesos comunicativos que las personas establecemos entre nosotros.
Para entender que el silencio se opone a la palabra, pero la posibilita y la complementa o bien la sustituye; que el silencio se opone al ruido, al que también posibilita y complementa, pero nunca lo sustituye, puesto que siempre habrá ruido y, finalmente, que el silencio configura todo aquello que está fuera de nuestra percepción y a la vez es parte de lo que percibimos.
En definitiva, el silencio es en sí y por sí mismo.
[1] Consideran la comunicación como una interacción social, antes que como cualquier otra cosa. Defienden que las relaciones sociales son establecidas directamente por sus participantes como sujetos que interactúan y que la comunicación se puede entender como la base de toda relación personal. Sus principales representantes son Gregory Bateson, Ray Birdwhistell, Don. D. Jackson, Stuart Sigman, Albert Scheflen, Paul Watzlawick, Edward T. Hall y Erving Goffman.
Bibliografía: LLEDO, Emilio (1992). El silencio de la escritura, 2ª edición. Centro de estudios constitucionales. Madrid.





