E.T.A Hoffmann, Edgar Allan Poe y el mito de Pigmalión.
Los mitos son la matriz de la que emerge la mayor parte de los temas y motivos de la literatura universal. De esta forma, los temas y motivos de la literatura suponen un desplazamiento o un extrañamiento de elementos tratados en los mitos.
Es decir, el mito se erige en representación simbólica de los miedos, complicaciones, esperanzas y emociones que todas las personas sentimos y que la literatura objetiva y cosifica a través de la expresión creativa.
El mito se fundamenta en la conjunción de unos arquetipos emocionales que tienen la condición de universalidad. Esto es, el sentimiento básico humano es similar a todos y lo es en todas partes.
Cualquiera de nosotros tiene similares necesidades básicas en cuanto a desarrollo y desempeño emocional se refiere. Varía, en cambio, la interpretación y la expresión de dichas necesidades. De ahí que cada cultura exprese y socialice las emociones de distinta forma.
En efecto, en la literatura universal los mitos siempre han estado —y estarán— presentes a través de la ritualización simbólica de los elementos que conforman el germen de la esencia del ser humano, del inconsciente universal de pertenencia a un grupo tan diverso y diferente como homogéneo a la vez.
Por eso, no nos sorprendemos de que ante la lectura de obras como Edipo Rey —escrita hace más de dos mil años— sintamos todo el vigor y la vigencia de las emociones y de los miedos expresados en dicha tragedia.
Así pues, estos mitos se han transformado en los motivos y tópicos de los que se habla en la teoría y la crítica literaria actual. Estos conceptos están íntimamente relacionados con la noción de tema y también de mito.
El mito de Pigmalión
Este mito, procedente del griego clásico, nos ha llegado a través de Las Metamorfosis de Ovidio. Ha sido recreado y trasladado a todas las artes —en numerosas ocasiones— a lo largo de la historia. El mito narra la historia de Pigmalión, rey de Chipre, que buscó durante toda su vida a una mujer con la que casarse, pero con una condición: debía ser la mujer perfecta.
Frustrado en su búsqueda, decidió no casarse y dedicar su vida a crear esculturas perfectas con las que compensar la ausencia de la deseada amada. Una de sus creaciones, Galatea, era tan bella que Pigmalión terminó por enamorarse de ella. Así, pasaba mucho tiempo contemplándola y deseándola, hasta que finalmente, y gracias a la intercesión de Afrodita, Galatea cobra vida colmando todos sus deseos.
Tomando como base este mito, vamos a establecer una comparación temática entre dos relatos: El hombre de arena de Hoffmann (1816) y El retrato oval de Edgar Allan Poe (1842). Los cuales se fundamentan en el mito de Pigmalión. En primer lugar, vamos a proceder a analizar cada uno de estos cuentos de forma individual:
El hombre de arena
El hombre de arena de E.T.A Hoffmann posee una estructura variada en la cual se integran la epístola, el estilo directo y el estilo libre indirecto. Asimismo, observamos distintas localizaciones físicas y temporales. En cuanto al tema, que es lo que nos importa, Hoffmann fusiona en su relato tres temas universales: amor, vida y muerte, los cuales desarrolla a través de diversos motivos.
El amor se bifurca en dos motivos principales: el amor sosegado y sentido, representado por Nataniel y Clara. Y el amor imposible y apasionado, representado por Nataniel y Olimpia. Asimismo, encontramos unos motivos secundarios respecto al amor. Esto es, el amor de Nataniel hacia sus padres y hacia Lotario —en tanto que hermano de Clara—, el amor fraternal entre Clara y Lotario, y el de este hacia Nataniel —en tanto que novio de Clara—.
Respecto al tema de la vida se observan distintos motivos en el relato. En primer lugar, tenemos los miedos de infancia, caracterizados en la figura del “hombre de arena”. Dicho motivo tiene una importancia central en relato, puesto que, a partir de este miedo infantil se desarrollan el resto de temas; no solo eso, sino que además da nombre al relato.
De esta forma, los miedos de infancia se hacen presentes en Nataniel en la identificación de Coppelius con “el hombre de arena” y en la posterior asimilación de la persona de Coppelius en el óptico italiano Coppola. Es decir, tenemos la personificación del miedo por parte del Nataniel infantil en Coppelius y del Nataniel adulto en la figura de Coppola —en tanto que identificación de Coppelius—.
La realidad y la ficción
Este motivo central da lugar al desarrollo por parte de Hoffmann de otro motivo: la distinción entre la realidad y la ficción. Esta diferenciación es expresada por Clara, que conmina a Nataniel a distinguir entre el mundo exterior y real, y el mundo interior inventado.
También habla Clara de la tendencia del yo a dejarse atrapar por el misterio, por aquello que no conoce y se escapa de la razón, puesto que “Lector. ¿Acaso no has sentido alguna vez tu interior lleno de extraños pensamientos?”.
Es lo que sucede en parte con el misterio del juego literario, que impregna al lector de una realidad verosímil que no deja de ser una falsa realidad. Así pues, Hoffmann introduce un motivo de carácter metaliterario acerca de lo real y lo ficcional.
El tema de la muerte en E.T.A Hoffmann
En lo que concierne al tema de la muerte, es tratado con motivo de la muerte del padre, que se convierte en una muerte traumática, definitoria de los miedos de Nataniel. “El hombre de arena”, es decir, Coppelius, es quien —bajo el punto de vista de este— mata a su padre. Por consiguiente, la muerte es lo que subyace en el miedo de Nataniel. El temor a que Coppelius también lo mate a él, tal y como hizo con su padre. En efecto, el miedo a la muerte es lo que lleva a Nataniel a la propia muerte, puesto que, el otro motivo en el que se desarrolla este tema es en el del suicidio.
Nataniel termina suicidándose atrapado por su miedo real al “hombre de arena”. De esta forma, para concluir, podemos afirmar que los miedos internos o externos, reales o inventados pueden conformar un mundo misterioso, verídico o falso, según la interpretación de los ojos que lo miran.
Un mundo real o creado —si es que no son una idéntica percepción—, en el que la muerte potencia cualquier lectura ante tan temerosa visión. Allí, donde la muerte se convierte en el final de toda historia y donde el amor se erige en la única salvación a la que aferrarse ante tamaña presencia. Un amor incapaz de salvar a Nathaniel, pero sí un amor que ilumina a la de por sí luminiscente Clara.
El retrato oval
El retrato oval de Edgar Allan Poe está relatado en primera persona, en estilo directo, y la localización espacial y temporal es unitaria. En cuanto al tratamiento temático, vamos a realizar la misma estructuración básica ejecutada en el anterior cuento. Es decir, los temas principales a los que vamos a reducir la simbología del relato son el amor, la vida y la muerte.
En El retrato oval se contraponen dos amores: el primer motivo amoroso es el amor al trabajo, expresado por la pasión del pintor hacia su arte. Esto es, un amor a la dedicación profesional, al desempeño de un arte u oficio al que se prima por encima del resto de afectos.
El segundo motivo amoroso es el amor sentimental, el amor afectivo de la joven hacia su esposo, el pintor. Asimismo, se podría extraer un tercer amor, el del caballero herido por la contemplación de las pinturas y de la lectura de la explicación de las mismas, es decir, el amor por el arte, por el deleite estético.
El tema de la muerte en Edgar Allan Poe
En cuanto a la muerte, esta se presenta de inicio como un motivo real —en tanto que las heridas que sufre el caballero eluden a la posibilidad de su muerte—.
En segundo lugar, la muerte se presenta como un hecho cierto que se confunde con el motivo del amor, esto es, tenemos dos amores que implican un vacío entre ellos, puesto que la joven ama profundamente al pintor y este a su vez ama profundamente a su arte.
Para encontrarse estos dos amores en el relato, se va a desarrollar la conjunción material de ambos a través de la representación pictórica de la joven por parte de su esposo pintor.
De esta forma, tanto amor y muerte, como vida y muerte se van a confundir en el retrato que el pintor realiza de su esposa. El pintor al dedicar más amor y atención a la pintura de su esposa que a su propia esposa, va a sumir a esta en una profunda desdicha. Ante la cual, en vez de reaccionar, se muestra sumisa anteponiendo el amor hacia su esposo a su propia integridad física.
Así pues, ella muere de amor por su esposo a causa del amor de este hacia la pintura, la pintura de su esposa. Poe crea así una paradoja de amor y muerte, de vida y realidad representada en el cuadro.
Realidad y ficción
Esta representación de la vida, observada por el caballero en el cuadro, introduce asimismo el motivo de la realidad y la ficción. La realidad atrapada en un cuadro, un espacio de vida que queda impreso en un pequeño espacio.
Lo mismo sucede con la representación literaria, una mímesis de la vida en un ínfimo espacio ocupado por palabras que dan nacimiento con su lectura a una recreación vivida.
De igual modo, en el relato se observan los motivos del castillo abandonado, del caballero herido que entra en otra dimensión en la que suceden cosas maravillosas, tal y como encontramos en los relatos medievales del mundo artúrico o en los Lais de María de Francia.
En consecuencia, Poe nos sumerge en una historia donde el relato de lo fantástico se convierte en el tema principal del cuento. Un mundo donde se confunden amor, vida y muerte.
La comparación de ambos relatos
En cuanto a la comparación de ambos relatos, podemos decir que los dos desarrollan las mismas unidades temáticas de forma parecida.
Si bien, en el relato de Hoffmann —a causa de su extensión— se introducen más matices que en el de Poe, en los dos relatos el despliegue de los motivos se produce de forma paralela, aunque con diferente resultado.
En Hoffmann, el amor salva a Clara y condena a Nataniel a la muerte. Por contra, en Poe, el amor salva al pintor y condena a la esposa a la muerte.
Asimismo, en El hombre de arena el miedo se convierte en un motivo esencial por encima del amor, que es el motivo que predomina en El retrato ovalado. En el primero miedo y muerte se entroncan frente a amor y muerte del segundo.
La vida en ambos, en tanto que realidad y ficción, se crea y se confunde en un mismo espacio, el de la interpretación interna que revierte en la visión externa. No obstante, dicha confluencia se produce de forma más intensa en el relato de Hoffmann.
El mito de Pigmalión
En los dos cuentos es evidente el motivo del mito de Pigmalión. En el caso de “El hombre de arena“, Galatea se da en la figura de Olimpia, la autómata creada por el Profesor Spalanzani, esto es, la muñequita de madera que necesita de los ojos de Nataniel para cobrar vida y que solo en él y por él esta vive. A la vista de sus compañeros no es más que una autómata.
Por contra, en El Retrato ovalado se opera una inversión del mito de Pigmalión: la obra de arte que ha creado el artista será la causante de la muerte de la joven que la había inspirado, es decir, de la vida real se crea una autómata representada por la imagen del cuadro.
Este mito ha tenido bastante recorrido en la literatura, acerca del mismo se han creado desde breves poemas y relatos, hasta grandes novelas y obras de teatro, entre las cuales destacan: El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde o El fantasma de la ópera de Gaston Leroux. Asimismo, en el cine encontramos películas como la popular Pretty Woman o Ruby Sparks que también desarrollan el mito de Pigmalión.
Para concluir, podemos afirmar que en los dos relatos está presente el tratamiento de los temas característicos del romanticismo más oscuro: el amor imposible, la autodestrucción y la muerte trágica, la lucha entre la realidad y el mundo ideal soñado. Temas que se relacionan con la literatura gótica de la Inglaterra de fines del XVIII y principios del XIX.
Esperamos que te haya gustado nuestra incursión al mito de Pigmalión a través de la compartaiva de estos dos cuentos. Te animamos a que nos dejes un comentario y nos des tu opinión al respecto.
LUCAS
Me dedico a la enseñanza de la lengua y la literatura españolas. Considero que un docente nunca ha de olvidar que es un transmisor/impulsor de conocimientos, no de verdades o dogmas, así que como decía Ortega y Gasset: “Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas”
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