¿Cómo reaccionarías si tu pareja después de treinta años de matrimonio te pide una pausa para recapacitar sobre vuestra relación, pero más tarde descubres que esa “pausa” tiene nombre y apellidos y es más joven que tú? En esta tesitura se encuentra Mia, la protagonista de “El verano sin hombres” de Siri Hustvedt.
Sin lugar a dudas, cualquiera de nosotros ante una situación sentimental tan extrema, como supone la ruptura de un vínculo afectivo que se prolonga en el tiempo, al vernos abocados a la pérdida de lo que podríamos denominar “una costumbre vital”, con toda probabilidad, acabaríamos por desarrollar algún problema de orden psicológico. Dígase neurosis, ansiedad, depresión, o un largo etcétera entre cualquier otro desequilibrio de la larga lista de trastornos que afectan a nuestra estabilidad emocional.
En el caso de Mia, el impacto del abismo de la separación es tan intenso que la lleva a sufrir una crisis nerviosa. Hasta el punto de tener que ser ingresada en un psiquiátrico. De este modo, Siri Hustvedt comienza la historia presentando a su protagonista en una situación límite. Abandonada por su marido, engañada por este con una mujer más joven, e internada con una psicosis en “el pabellón sur” de un hospital.
Tras recibir el alta ambulatoria y el consiguiente periodo de seguimiento médico, Mia decide poner tierra de por medio y abandona Nueva York para dirigirse a su Bonden natal, esto es, un pueblo de Minnesota.
Ahí es donde la poeta y profesora universitaria, en busca de la compañía de su madre y del reencuentro con sus orígenes y su propio ser, va a pasar el verano.
El verano sin hombres
Con este comienzo tan dramático, podríamos llegar a pensar que la autora nos predispone a simpatizar con Mia. La “pobre” mujer cincuentona abandonada por su marido por otra más joven. Si bien, algo de eso hay… Siri Hustvedt lejos de caer en tentaciones de victimizar a su protagonista o, peor aún, de convertirla en una heroina, nos va a mostrar el proceso de negación/aceptación/superación —quizás reconciliación— por el que Mia va transitando.
En esta odisea emocional, Mia estará acompañada por una serie de personajes femeninos que le van a servir de proyección personal. Así, por un lado, está su madre y su círculo de amigas de Rolling Medows East, la residencia para ancianos en la que viven. Por otro lado, el grupo de adolescentes a las que Mia en su calidad de poeta, va a impartir un taller de poesía.
A estos dos grupos dispares, hay que añadir a Lola, la vecina de al lado de la casa que Mia ha alquilado para pasar el verano. Asimismo, son notables las llamadas o visitas que realizan tanto su hija Daisy como su hermana Bea.
Y aunque el libro se titula “El verano sin hombres”, en todo momento la figura —ausente— de uno va a ser constante en el universo de Mia. Me refiero a Boris Izcovich, el esposo. Un notable neurocientífico del que sabemos cómo es a través de la visión de su mujer.
Los Cinco Cisnes
Es el nombre que Mia otorga al grupo que conforma su madre con sus amigas de la residencia. En conjunto, cinco mujeres viudas, de entre ochenta y ciento dos años, que desde la azotea de la vida sirven a la autora como recordatorio.
Si me permitís la comparación, “las cisnes” me evocan al espíritu o fantasma de las navidades futuras del cuento de Navidad de Charles Dickens. Es decir, para Mia —para el lector— son como una imagen viva de lo que está por venir. Los recuerdos, el análisis —no siempre amable— de la vida pasada, el ahora inconsistente. La muerte en tanto que presente continuo.
De ahí que Mia sea tratada por su madre y sus amigas como una jovencita de cincuenta y cinco años. Una mujer que —según afirma su madre— “sigue siendo guapa”, que tiene mucho por vivir. Así, nuestra protagonista frecuentará a las cisnes e irá descubriendo qué florece en el interior de cada una de ellas.
Si bien, me atrevería a criticar el incisivo apego que de inicio muestra la autora con los personajes de las ancianas, con el transcurso del relato, Siri Hustvedt equilibra el desarrollo de “sus cisnes” y regresa a una distancia narrativa, que da fe de su buen hacer como escritora. No obstante, para mí, las partes “más flojas” de la novela están en el tratamiento de algunos de estos personajes.
El club de las jóvenes poetas
Si del grupo de ancianas hemos dicho que son una suerte de imagen del fantasma de las navidades futuras, las adolescentes del club de poesía van a convertirse en su reverso. Esto es, en el espíritu o fantasma de las navidades pasadas.
Aunque, a priori, pueda parecer contradictorio asociar vejez con futuro y juventud con pasado, no lo es desde la posición central de la visión de Mia. Las ancianas son el referente futuro y las jóvenes son el recuerdo de lo pasado.
En consecuencia, si “las cisnes” sirven a la protagonista para recobrar la energía vital del aún queda tiempo, las alumnas del club de poesía van a erigirse como reflexión de lo que fue. Una instrospección convertida en potencia transformadora. Bien a nivel interno de la propia Mia, bien a nivel externo en la intermediación en las relaciones entre las jóvenes poetas.
¿Una novela feminista?
No son pocas las reseñas que denominan “El verano sin hombres” de Siri Hustvedt como una novela feminista. Si os soy sincero, no sé qué rasgos son los determinantes para otorgar a una obra literaria el calificativo de feminista. ¿Estar escrita por una mujer? ¿Tener personajes predominantemente femeninos? ¿Mostrar determinados roles? ¿Cuáles? ¡Um!…
Insisto, no tengo ni idea. Me guio más por mi intuición lectora y por la simple catalogación maniquea de me gusta/no me gusta. Luego están las gradaciones: me apasiona, imprescindible, me encanta, etcétera, etcétera.
Está claro que la autora toma una posición en la que cuestiona posicionamientos en los que las mujeres tenían que estar, digamos, subornidadas. Y como si de un Nietzsche filosofando con su martillo se tratará, va a golpear duro contra ellos.
En este sentido, la voz de la escritora se entremezcla en ocasiones con la de la narradora para dar rienda suelta a sus pensamientos. Lo único negativo de todo esto, es que a veces da la sensación de que Siri Hustvedt se olvida de su historia, o que utiliza esta como un mero pretexto para exponer sus ideas
Eso sí, lo que más me ha chocado del “cuerpo ideológico” de la novela es su regusto freudiano, sobre todo en lo referente al pene de Boris, y por extensión al de todos los hombres… También el que se les dé nombre a los atributos sexuales: Sidney es el pene de Boris, y Celia es la vagina de Mia ¿¿¿??? (Igual es que yo soy un raro que aún no he dado en bautizar al mío.)
Conclusión
Para terminar, he dejado para el final el personaje que considero que está mejor desarrollado —junto a la propia Mia—. Me refiero a Lola, la vecina temporal de nuestra protagonista. En ellas se condensa toda la esencia humana que hacen que la novela sea reseñable.
También en la comprensión de que “hay tragedias y hay comedias. ¿No es así? Y a menudo se parecen más entre sí de lo que difieren, como las mujeres y los hombres”.
En definitiva, una historia bien desarrollada, en la que destaca el buen oficio narrador de Siri Hustvedt. Que por cierto, se permite homenajear a su marido —Paul Auster— haciendo referencia a una de sus obras y alabándolo como un “eminente novelista norteamericano”.
Sí, me ha gustado, una novela totalmente recomendable .