Bartleby, el escribiente es un cuento de Herman Melville que, al igual que le sucediera con la publicación de su novela más conocida, Moby Dick, no tuvo en su momento trascendencia entre el público y la crítica para mayor desesperación y frustración de su autor.
No obstante, como siempre sucede con toda buena obra, con el tiempo fue aumentando la importancia de este relato publicado por primera vez en 1853. Desde entonces, han sido numerosos los críticos literarios, los filósofos y los escritores que, como Borges que tradujo el relato al español e indicó que en este relato se prefigura la obra de Kafka, se han acercado a la inquietante figura de Bartleby, el escribiente. Es por ello que vamos a realizar un análisis de este célebre cuento.
El narrador
Desde el punto de vista narrativo, observamos que Melville utiliza un narrador en presente. Es un narrador del que desconocemos casi todo, ni siquiera sabemos su nombre. Solo se identifica a sí mismo como un abogado de Wall Street.
En cambio, este narrador si nos va a relatar cual es su filosofía de vida. Esto es, un estilo de vida donde la seguridad y la prudencia han de ponderarse por encima de todo.
Desde esta perspectiva vital, el narrador se siente conminado a describir, ya en pasado, los hechos acaecidos en su despacho con la contratación de un amanuense.
Sí, hablamos de Bartleby. Al igual que sucede con el narrador del relato, de Bartleby tampoco sabremos nada más que los sucesos detallados por el abogado durante el periodo en que ambos coincidieron en su despacho, merced a la necesidad de este de contratar a un nuevo escribiente a causa de un mayor volumen de trabajo en su negocio.
Como podemos observar, el silencio, la falta de información sobre los personajes, va a ser una característica fundamental en esta historia. De esta forma, el lector, ante la falta de información de un personaje del que «nada se puede determinar», se verá abocado a completar los silencios —magistralmente creados por Melville— del relato.
Bartleby, el escribiente
Prosigue la historia con la referida incorporación del amanuense al despacho del abogado. La posterior descripción del ambiente y de los personajes con los que Bartleby compartirá ubicación. A destacar, una vez más, la ausencia de las identidades de estos, pues, más allá de unos apodos referidos a sus hábitos alimentarios o a sus costumbres o manías respecto del trabajo, no conoceremos nada del resto de sus vidas o inquietudes.
Bartleby va a convertir ese cubículo, que es la oficina, en su mundo. Comienza el amanuense realizando un trabajo eficiente y voluminoso que, no obstante, no terminará de satisfacer a su patrón, puesto que, a ojos de este, realizaba su labor «en silencio, pálida y mecánicamente».
Como podemos observar, la perspectiva del relato nos es presentada desde la persona del abogado, en consecuencia, todo lo que conocemos de Bartleby está influido por la ya mencionada actitud vital del narrador.
Preferiría no hacerlo
De este modo, uno de los puntos claves en el desarrollo del cuento es cuando Bartleby, en respuesta a una solicitud de su jefe de revisar unos documentos, pronuncia su célebre frase «preferiría no hacerlo».
Con esta actitud se da inicio a la confrontación del escribiente con el desempeño social que se espera de él, lo que, a su vez, desencadenará el desconcierto y la turbación en la figura del abogado, fiel representante del orden y la corrección social.
¿Sabías qué?
El filósofo coreano Byung-Chul Han, ha sido uno de los últimos pensadores en acercarse a la figura de Bartleby, el escribiente. En su libro “La sociedad del cansancio” analiza este personaje confrontándolo con el superagotamiento del Yo de la sociedad de rendimiento tardomoderna. Para Han, el mensaje central del relato de Bartleby es que todos los esfuerzos por la vida conducen a la muerte.
Bartleby se convierte en una suerte de ratón que —de forma voluntaria— vive encerrado en la oficina. En este espacio, se nos muestra como único actor de una terrible soledad confrontada ante el muro ciego del miedo, la compasión y, finalmente, la repulsión a la que será sometido. El desenlace de la obra se precipita con la decisión de Bartleby de no escribir más —«he dejado de copiar»—.
De esta forma, se produce un cambio de paradigma que va desde el rechazo, la resistencia del «preferiría no hacerlo» hasta la negación, la nulidad del «he dejado de copiar», esto es, un escribiente que no escribe, un ser que decide no ser. Esta decisión de no escribir, conllevará el encarcelamiento y la posterior muerte por inanición de este inquietante personaje.
La condición humana
En cuanto a la figura del pintoresco personaje creado por Melville, podemos determinar que en él confluyen diversos aspectos reseñables a la condición humana.
Así, en primer lugar, por encima de todo, trasciende el arrojo de Bartleby, su capacidad para erigirse en un ser libre capaz de confrontar su ánimo y su propia vida a una sociedad que no tiene nada que ofrecerle más allá de unas pautas marcadas dentro de unos convencionalismos instituidos —incluso para aquellos que pretenden vivir al margen de esta, puesto que no lo hacen sino en los límites que se han establecido para ellos—.
En consecuencia, escapar del tiempo y de la sociedad en la que se vive se convierte en una tarea que trasciende los límites de la imposibilidad dentro de una organización humana que fagocita cualquier atisbo de libertad —que no haya sido prevista de antemano por esta—.
De este modo, ante la violación de la norma fundamental de inclusión social, por parte de cualquiera que se atreviera a quebrantarla, los resortes de la represión contra el individuo en cuestión serían accionados con la consiguiente reacción coercitiva de la sociedad con el afán de subsanar dicha infracción mediante, por norma general, la exclusión impuesta a través del concepto de locura utilizado contra aquellos que no acatan su servidumbre.
Bartleby, el rebelde
Es por ello que la determinación de Bartleby de rebelarse contra su desempeño social adquiere una mayor dimensión en el relato. Primero, a través de la resistencia pasiva, con los célebres «preferiría no hacerlo», que tanto turban y desconciertan a su jefe y narrador de la historia, como se entrevé en la frase que este pronuncia:
«no hay nada que exaspere más a una persona sería que la resistencia pasiva»,
Anticipando el imposible encaje de Bartleby en el mundo en el que se encuentra, donde por ello ha de pagar con la soledad: «Parecía estar solo, absolutamente solo en el universo».
Finalmente, ante el viraje que realiza el personaje hacia la negación absoluta de su condición de escribiente-persona, «Al preguntarle por qué no escribía me dijo que había decidido no escribir más», y el desconcertante, «¿No ve usted el motivo?», con que justifica la decisión que desembocara en su apresamiento y posterior fallecimiento en el que nos deja la última muestra de su dignidad de carta sobrante. ¡Ay, Bartleby! ¡Ay, humanidad!






Maravilloso relato, como casi toda la obra de Melville, y con mucho de simbólico. tanto este relato como la obra general de Melville. Cuantas veces en la vida preferiríamos no hacerlo…pero lo hacemos. Es el precio a pagar por vivir en sociedad, supongo. Y está bien que sea así siempre que no sea excesivamente represor. “El malestar en la cultura” de Freud lo refleja bien. Pero peor es, generalmente, la vida salvaje.
No podemos más que estar de acuerdo con tus apreciaciones, estimado Luis. En efecto, en Melville siempre aparecen distintas interpretaciones y lecturas soterradas, solo tenemos que pensar en Moby Dick y su simbolismo bíblico… En cuanto a Bartleby, es un personaje desconcertante en tanto en cuanto sus silencios no dan lugar a entender sus posibles motivaciones, y en eso radica la grandeza del personaje. Nietzsche también refleja lo que comentas en su oposición entre lo apolíneo (la sociedad) y lo dionisiaco (lo salvaje), daría para interminables páginas y debates. Muchas gracias por pasar por el blog y por comentar. Un saludo.