«Permitidme haceros notar que esto no es serio», de esta forma prologaba el poeta y novelista Louis Aragon la edición de 1930 de Las once mil vergas de Guillaume Apollinarie.
En efecto, cualquiera que se atreva a iniciar y sobre todo a terminar la lectura de este libro, coincidirá con Aragon en que esto no es serio y, diría que más aún, coincidirá conmigo en que esto es salvaje, brutal y obsceno.
Un libro, en principio, no apto para personas sensibles, y digo en principio porque, si aumentamos nuestro campo de visión, en una lectura más amplia nos encontramos con un libro plagado de sarcasmo, de un cinismo humorístico que trasciende al paroxismo de la sexualidad más animal, violenta y pornográfica.
Todo ello en un ejercicio de voluptuosidad literaria que parodia el libertino ambiente del París de principios del siglo veinte.
La primera edición de Las once mil vergas se publicó de forma clandestina en 1907, sin indicación del editor ni del autor —tan solo unas iniciales, G.A.—, con el fin de evitar, sin duda, una acusación judicial por inmoralidad u obscenidad.
Dicha clandestinidad permitió a su vez saltarse cualquier tipo de censura que habría desnaturalizado el resultado final de la obra. En la actualidad, ningún editor tampoco se atrevería a publicar un relato como este. (Sí, hoy día también existe la censura; pero ese es un tema del que hablaremos en otra ocasión).
La novela fue calificada de sádica, de ser más fuerte y dejar muy atrás las historias del marqués de Sade —ríete tú del bondage de papel couché de Las cincuenta sombras de Grey—.
Y es que en su contenido encontraremos escenas que escandalizarán hasta al lector más curtido. Por buscar un símil, digamos que Las once mil vergas es a la literatura lo que Serbian film es al cine.
Esto es, una historia de alto voltaje, políticamente incorrecta y no apta para todos los públicos. Entre las escenas a las que nos referimos leeremos secuencias con actos de vampirismo, de sadismo, de bestialismo, de escatomanía, de necrofilia y de pederastia. El que avisa no es traidor.
Te invitamos a que dejes un comentario en el que nos compartas el libro más salvaje que hayas leído jamás.
La historia narra las vivencias del príncipe Mony Vibescu que, cansado de la vida monótona en su natal Bucarest, decide hacer uso de su rica herencia familiar para tomar el Orient Express con destino a París, «donde las mujeres, bellas todas ellas, son también de muslo fácil».
Durante el viaje en el tren conoce a la lumia Culculine d´Ancône, que se nos presenta a sí misma con este curriculum:
Tengo diecinueve años, ya he vaciado los testículos de diez hombres excepcionales en la relaciones amorosas, y la bolsa de quince millonarios.
Culculine, motivada por la promesa del príncipe Vibescu de hacerle el amor veinte veces seguidas o si no
Que las once mil vírgenes o incluso que once mil vergas me castiguen si miento.
Introduce al príncipe Vibescu en el lascivo y lujurioso ambiente de París. Donde las escenas truculentas se sucederán una tras otra en un orgiástico derroche de energía libidinosa.
Las andanzas de Vibescu por París no tardarán en ser conocidas y tener repercusión hasta en la prensa de la ciudad de la luz. La noticia del cobro de una herencia llevarán al disparatado príncipe a regresar de vuelta a Rumania. En el viaje de regreso, otra vez en el Orient Express, tendrá lugar una de las escenas más bestias de la novela.
Si llegado a este punto, aún estás con ánimo de llegar hasta el final del libro, todavía serás partícipe de multitud de sucesos que pondrán a prueba tu capacidad de aguante. La invitación realizada a Vibescu a participar en la guerra ruso-japonesa en calidad de teniente del ejército ruso, elevará su entusiasmo pues:
Los culos de los japoneses deben ser muy sabrosos
Y las opciones que permite una guerra para cometer atrocidades. Como es obvio, no pueden ser desaprovechadas por un personaje como el de Las Once mil vergas.
De esta forma, la marcha de Mony hacía Port-Arthur, donde tuvo lugar la batalla del mar Amarillo, proporcionará al lector nuevas salidas de madre, de padre y de espíritu santo por parte del príncipe Vibescu, «de las once mil vergas el único amante».
Finalmente, si decides aproximarte a esta obra, te invito a que tomes este libro como lo que es, una broma. Puesto que como dijo Aragon: «esto no es serio».
Y es que Apollinaire, gran amigo de Picasso y de Matisse, con los que compartía arte y bohemia, aún era menos serio. No lo seas tú tampoco, sonríe, la vida es una broma.






Parece bastante interesante, por suerte ya he leído este tipo de literatura con Bataille y su historia del ojo, y he visto Serbian Film. El secreto está en quedarse con el mensaje y apartar la vista si la escena es demasiado desagradable (en el caso del cine) y no avivar la imaginación, en el caso de la literatura. Debe ser un libro curioso y excitante. Conocer los propios límites siempre lo es.
Te dejo un fragmento de historia del ojo que me encanta: “A muchos el universo les parece honrado; las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad. No sienten ninguna angustia cuando oyen el grito del gallo ni cuando se pasean bajo un cielo estrellado. Cuando se entregan ‘a los placeres de la carne’, lo hacen a condición de que sean insípidos.
Pero ya desde entonces no me cabía la menor duda: no amaba lo que se llama ‘los placeres de la carne’ porque en general son siempre sosos; sólo amaba aquello que se califica de ‘sucio’. No me satisfacía tampoco el libertinaje habitual, porque ensucia sólo el desenfreno y deja intacto, de una manera u otra, algo muy elevado y perfectamente puro. El libertinaje que yo conozco mancha no sólo mi cuerpo y mi pensamiento, sino todo lo que es posible concebir, es decir, el gran universo estrellado que juega apenas el papel de decorado”.
Gracias por la recomendación. Lo leeré.
En efecto, lo importante es el mensaje. En este caso, Apollinaire, en las Once mil vergas, buscaba la burla y la provocación. Está claro que lo consiguió. Gracias por la referencia a Bataille y su célebre Historia del ojo.