Hoy me he planteado por qué me gusta leer y por qué te aconsejaría que tú también lo hagas. Cada cierto tiempo se puede leer en la prensa o ver y escuchar en las noticias radiotelevisadas alguna información relativa a los hábitos de lectura que, por lo general, suele venir acompañada de las cifras de negocio del mercado editorial. Cifras que se reducen a cuántos libros se venden al año y a cuántos libros por habitante salimos.
Ni que decir tiene que las estadísticas tienden a arrojar unos números que podríamos calificar de poco alentadores, aunque habría que ver el número de personas que lee libros descargados de internet (comprados o no) y de las personas que leen libros prestados (registros bibliotecarios y préstamos personales).
Igualmente, cada cierto tiempo se realizan campañas para el fomento de la lectura. Que la verdad, desconozco sus resultados, pero espero que sirvan para algo. También, a través de la educación se incluyen planes lectores en los ya de por sí abrumados currículos educativos.
Y, asimismo, mil blablablás que se resumen en un vamos, que no lee ni el Tato, que dicen por ahí. Pero, claro, los que como a mí nos gusta leer, hablar y escribir hasta por los codos no somos dados al desaliento y no podemos hacer otra cosa que hacer apología de la lectura.
¿Por qué me gusta leer?
De este modo, estuve pensando en que si tengo que recomendar o incitar a alguien que no lee a que lo haga qué argumentos podría darle para que se lea, qué sé yo, Silvye de Gerard de Nerval, por poner un ejemplo. En consecuencia, la primera cuestión
que se me ha planteado es: ¿por qué me gusta leer? A estas alturas podría responder por vicio… Uno entre tantos. Aunque, quizá, mole más decir eso de que leer es amar, o que los que leen viven más (ejem, sobre todo si se cuecen a copas los fines de semana), o tienen más empatía (como Borges o Camilo José Cela, entre otros), o que si lees vas a ser más interesante y ligar más (de esto mejor no comento), y demás cosas por el estilo que estoy seguro habéis leído en Twitter o Instagram.
Un acto egoísta
Leer, ante todo, es un acto egoísta. Sí, si exceptuamos los tiempos de la Época Clásica hasta bien entrada la Edad Media en que la lectura era oral y, por tanto, un acto social.
Basta recordar al célebre aedo Homero o a nuestro don Juan Manuel y sus— “fize que me leyeran”—, desde prácticamente el Renacimiento hasta hoy, salvo pequeñas excepciones como alguna lectura pública o un recital poético, leemos en soledad, incluso cuando estamos acompañados en la lectura por alguien.
Vale, a veces te interrumpes y tal, pero cada cual está en su libro. De esta forma, si te sumerges en la lectura, solo existís el libro y tú, tú y el libro. Ahí empieza la magia.
En efecto, la lectura invita al ensimismamiento, que como la propia palabra refleja se trata de sí (uno) mismo. Esto es, cuando lees, las palabras te van envolviendo en la historia, en las sensaciones de unos personajes que vas conociendo conforme avanza la trama o la acción en la que se desenvuelven.
Si la historia te atrapa ya no puedes parar, vas a querer leer más, saber más de ellos, sobre ellos, por qué les sucede esto, por qué actúan así o qué puede deparar la acción.
Vida contada
Es más, la mayoría de las veces, en un momento dado, te vas a sentir identificado con tal o cual personaje, o con aquello que le ha sucedido o lo que experimenta, piensa o siente.
Sea lo que sea, se trata de ti, de tu ser buscando algún reflejo en el espejo de la literatura. Porque la literatura no es más que vida contada.
Sí, ya sabemos que todo es ficción o, más aún, mentira, pero por eso no deja de ser verdad. La verdad de lo que te hace sentir, emocionarte, reír, llorar, excitarte (que también), o lo que sea que te sugiera.
Ya que ahí estás tú, leyendo lo que les pasa a otros, sintiéndote uno más con lo que sucede en tu vida, y este personaje se comporta igual que tu amigo Pedro, aquella como María, este piensa igual que tú, y —vaya—, al final, todo se acaba, lo bueno y lo malo, y todo sigue y todo se pasa, como en las novelas, como en la vida.
No vas a ser mejor persona
Así que leer supone un egoísmo un tanto extraño, porque estás solo, pero al mismo tiempo acompañado por palabras que te cuentan cosas sobre otros, sobre ti, tu familia, tus amigos y, claro, aunque seas tan torpe como yo, acabas por aprender, por darte cuenta de lo que pueden llegar a sentir los demás o, mejor aún, de lo que sientes o piensas tú —que a veces nos cuesta más si cabe—, y, quizá, eso te lleve a entenderte mejor, a perdonar tus errores y los de los demás, a querer más a tu gente, o no, quién sabe.
Leer no te garantiza que vayas a ser mejor persona, ni que vayas a vivir más años, ni que ligues más —esto segurísimo—, pero sí que te puedas llegar a plantear muchas cuestiones.
Leer es un acto libre
Decía un amigo, que en su día me recomendó algún que otro libro como El evangelio según Jesucristo de Saramago, que el conocimiento era inversamente proporcional a la felicidad. Es una aseveración un tanto pesimista, pero que tiene su parte de verdad.
Cuanto más consciente se es y más conocimiento se tiene más trágica se puede volver la vida, a menos que entiendas que casi todo se reduce a una cuestión de actitud. Y si hay que elegir, mejor hacerlo desde el optimismo.
De este modo, cuanto más entiendas y conozcas más libre puedes ser y, créeme, eso es lo más preciado que uno puede tener en vida.
Un bicho raro
Toda esta digresión viene a cuento de que leer puede llevar a una suerte de aislamiento. Como hemos visto, la mayoría de la gente no lee de forma habitual.
En consecuencia, si tú lo haces con asiduidad, puedes llegar a experimentar que eres un bicho raro —y, sí, lo eres—, sentir que tu mundo se ensancha y que, tal vez, el ambiente que te rodea no te acompaña. No es así, si lees más aún, llegarás a entenderlo.
Volvemos a la libertad, leer es un acto libre, se lee por placer y entretenimiento. Por tanto, desconfía de aquellos que dicen que hace falta leer más y ver menos fútbol o cosas por el estilo. Quien afirma eso seguro que lee poco o nada, puesto que acaso son incompatibles ambas aficiones, o cualesquiera otras.
Todo lo demás es el vanitas vanitatum que decía el Eclesiastés. No, no vas a ser mejor que los otros por leer, tampoco peor. Solo uno más, porque a eso te lleva la lectura, a entender, a comprender lo efímero, lo trágico y hermoso de la vida. He ahí por qué me gusta leer y te aconsejo que tú también lo hagas.