La poesía, en tanto que arte, siempre ha buscado nuevas formas de expresión con las que intentar atrapar un instante de la luz del alma humana. De este modo, en ocasiones, los límites del lenguaje se desbordan como una frontera excedida por la que las emociones más ocultas del ser relucen con un brillo nuevo. Es lo que se desprende, por ejemplo, del análisis del poema de “La aurora” de Federico García Lorca.
En efecto, en esta poesía inserta en su obra “Poeta en Nueva York“, García Lorca se desprende del aroma clásico de su “Romancero gitano“. Y lo hace no solo abandonando la temática y la mitología de lo popular andaluz, sino que además trasciende las formas y su lenguaje para sumergirse en las procelosas turbulencias del surrealismo.
En consecuencia, si queremos realizar el análisis de “La aurora” de Federico García Lorca hemos de tener en cuenta los distintos elementos —tanto de su obra, como de su biografía— que nos permitan extraer la significación de sus palabras.
Así, si comentamos esta poesía sin atender a su correspondencia biográfica, no podremos valorar su contenido. Ya que todo análisis poético implica ampliar el foco hacia el contexto en el que se sitúa el poema. En nuestro caso, nos ceñiremos a los pasos que establecimos en nuestra entrada Cómo comentar un poema.
No obstante, un comentario de texto no es una ciencia exacta, más si tenemos en cuenta las particulares características del género lírico, por lo que el orden en el que se analiza la poesía puede ser variable.
Sí que es imprescindible que el comentario incluya un estudio tanto de la forma como del contenido, y la interrelación entre ambos aspectos. En cuanto a mí refiere, prefiero empezar con la métrica, ya que me sirve para centrarme en el poema y su estructura. Lo que me ayuda a leer con mayor atención e ir desentrañando el sentido del contenido. Empecemos:
Análisis de “La aurora” de Federico García Lorca
La au/ro/ra/ de/ Nue/va/ York/ tie/ne/ 9—
cua/tro/ co/lum/nas/ de/ cie/no/ 8—
y un/ hu/ra/cán/ de/ ne/gras/ pa/lo/mas/ 10—
que/ cha/po/te/an/ las/ a/guas/ po/dri/das/. 11—
La au/ro/ra/ de/ Nue/va/ York/ gi/me/ 9— 5
por/ las/ in/men/sas/ es/ca/le/ras/ 9—
bus/can/do en/tre/ las/ a/ris/tas/ 8—
nar/dos/ de an/gus/tia/ di/bu/ja/da/. 9—
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible. 10
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes , 15
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre. 20
Análisis de la métrica y la estructura
Después de iniciar el análisis métrico del poema “La aurora” de García Lorca, observamos que no se somete a ningún esquema estrófico. Esto es, no tiene ni rima ni medida isosilábica. Por tanto, sin necesidad de proseguir la escansión de los versos, sabemos que se trata de una poesía de verso libre.
Este tipo de versificación presenta unas estrategías fónicas y estilísticas diferentes a la poesía rimada. Es por ello que es preciso prestar más atención a los elementos internos del poema, —como sus campos semánticos o asociativos— y a su estructura.
Si nos fijamos en la composición del poema, podemos observar que los diez primeros versos están enfocados en la aurora de Nueva York y todo va a girar en torno a ella. En cambio, de los versos once a veinte la atención se dispersa entre los habitantes de la ciudad, la luz, la soledad y la desesperanza.
Por consiguiente, en función del contenido, determinamos que este se puede estructurar en las dos partes coincidentes con lo expresado en el párrafo anterior.
Vamos a indagar más aún:
Análisis del contenido
Sin lugar a dudas, esta es la parte más compleja del análisis de “La aurora” de Federico García Lorca. Toda vez que el poeta granadino impregna su verso del sentir surrealista. Esto es, la corriente artística que propugnaba el abandono de las estructuras racionales y el triunfo de lo inconsciente, de lo onírico.
De este modo, el lenguaje se retuerce en palabras que se asocian fuera de la lógica. Por lo que su interpretación admite ciertas variantes. Así, para este comentario he tenido en cuenta el contexto biográfico de Lorca y las intertextualidades de “La aurora” con otros poemas de Sonetos del amor oscuro.
Brevemente, comentar que Lorca realiza su viaje a Nueva York con el objeto de cambiar de aires, tal y como su padre le recomendó hacer. Puesto que este se encontraba en un estado depresivo tras una ruptura sentimental con el escultor Emilio Aladrén.
Ni el viaje en sí, ni la estancia en la ciudad de los rascacielos lo van a ayudar a aliviar su estado anímico. Al contrario, Nueva York le resulta inhóspita e inhumana. Todo el dolor y la desesperanza arrastrados, así como sus conflictos internos —y externos por la moral de la época— acerca de su homosexualidad, se van desbordar en los versos de “La aurora”:
El cieno y la luz
Comienza el poema refiriendo a la aurora de Nueva York. Y si por norma general, asociamos a esta a lo positivo: a la llegada de otro día con su nueva luz y esperanza; aquí, en los cuatro primeros versos se la vincula con una imagen completamente negativa.
De ahí el verbo “tiene” que expresa posesión. Claro que lo que posee van a ser “cuatro columnas de cieno” y “un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas”. Es decir, en vez de la luz de la aurora, lo que llega es una retahíla de imagenes que aluden a lo escatológico: “cieno”, “aguas podridas”, o a la violencia de un “huracán de negras palomas”, frente a la blancura de la paloma de la paz.
Se inicia el quinto verso con un paralelismo respecto al primer verso: “La aurora de Nueva York gime”. Además, la aurora aparece ahora personificada. Ya no solo se le otorgan rasgos negativos, sino que ella misma se queja y busca. En estos versos se introduce la geometría vertical de la ciudad: “las inmensas escaleras” o “entre las aristas”.
Y una vez más, una imagen desesperada: “nardos de angustia dibujada”. Esto es, la luz blanca de la flor del nardo se transforma en pesadumbre, en una desazón —acaso— plasmada en trazos de lápiz sobre el papel.
Prosigue el verso nueve haciendo referencia, una vez más, a la aurora. Pero esta ya no aparece ligada a la ciudad de Nueva York. Es el nuevo día que amanece no importa dónde, “que llega” y lo hace acompañada de la soledad: “nadie la recibe en su boca”, y la deseperanza: “no hay mañana ni esperanza posible”.
El yo lírico
Como podemos ver, en esta primera parte de la estructura del poema, los verbos están en presente y en tercera persona: “tiene, chapotean, gime, llega, recibe, hay”. De este modo, la subjetividad del yo lírico aparece de forma subyacente. Las emociones expresadas se ocultan tras un estilo narrativo que las impersonaliza.
El dolor y la desesperación se trasladan del yo lírico a la propia ciudad, a su amanecer. Un despertar en soledad, en un ambiente frío, lineal, matemático, que solo alienta la inquietud del poeta. Que derrama su verso en imágenes encontradas. Las de sus dolidos recuerdos, las de Nueva York, las del futuro incierto, o las de la tragedia que siempre aguarda.
Por su parte, en la segunda parte de la estructura del poema, los verbos van a presentar mayor variedad.
Donde destaca el único verbo que no está en presente, esto es, el verbo “habrá” que aparece en futuro imperfecto. Y se relaciona con el verso “no hay mañana ni esperanza posible”. Para remarcar, una vez más, que no solo no hay presente, sino también, la ausencia de un porvenir.
Igualmente, destaca el uso impersonal del verbo “hay” en “gentes que vacilan insomnes”. Lo que acentúa el rasgo de impersonalidad al que hemos referido antes. Pues en la gran ciudad, todo se confunde en una mar gruesa que nos precipita al final:
Al naufragio de sangre
Donde se van a desatar los referentes, lo ajeno de la lógica. Se funden así monedas y niños abandonados. Una vez más la violencia furiosa de un enjambre, de la multitud, de lo impersonal de la masa de personas. Porque son los huesos, el tuétano, lo que los hace comprender.
Y el poeta también lo sabe, él entiende que “no habrá paraíso ni amores deshojados”. Siempre le tocará vivir en los amores oscuros, en “los juegos sin arte, a sudores sin fruto”, en el sexo que no procrea, que no da fruto y no es aceptado: “el impúdico reto de ciencia sin raíces”.
Pues el mundo es tan inhóspito como esa gran ciudad, como esas “cadenas y ruidos” industriales que devoran a sus gentes. Un mundo que “sepulta la luz”, lo natural de la naturaleza y del amor —sea este cual sea—, y a cambio de nuestras vidas, de nuestro “vacilar insomne” nos ofrece “las monedas”.
Una ambición que no perdona nada ni a nadie, que “a veces” nos devora como “abandonados niños”. Y el sentir de la soledad. Una vez más, la soledad y el hielo que no arde, pero quema.
Barrios colmados de gentes que como en “un naufragio de sangre” recorren las arterias de la ciudad con un único rumbo, volver una y otra vez a despertar al sueño de la vida, al de la aurora.
Intertextualidades de “La aurora” de Federico García Lorca
Finalmente, señalar que en un manuscrito conservado en la Fundación Federico García Lorca aparece el poema de “La aurora” con dos títulos diferentes tachados: “Amanecer” y “Obrero parado”. Este último título, podría llevarnos a orientar el comentario del poema hacia una temática más aproximada a lo social.
No obstante, la elección final del propio poeta desechando ese título y las intertextualidades que podemos encontrar entre este poema y algunos de los “Sonetos del amor oscuro”, tales como “¡Ay voz secreta del amor oscuro!” o “Noche del amor insomne”, hacen que la significación última del poema que hemos analizado adquiera más prismas y matices, como hemos podido observar.
Ya sabéis, cuando analizamos un poema nos dejamos mil cosas sin comentar. Es imposible tratar todo… En cualquier caso, esperamos que nuestro análisis de “La aurora” de Federico García Lorca os sirva como modelo.
Eres libre de dejarnos una respuesta o comentario más abajo, o bien, preguntarnos alguna duda que te haya podido quedar respecto a nuestro análisis.
Por cierto, no te pierdas nuestro análisis de “A José María Palacio” de Antonio Machado o el comentario de “Lo fatal” de Rubén Darío